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Andrés Romero, grande entre los grandes

 

Torear en las grandes plazas, estar en las ferias principales y competir con los mejores del momento es un lujo. Un sueño alcanzado, pero también un privilegio que toca renovar cada día. Es una recompensa, no un regalo. Es un reto que se encara y que se gana cada día. Una prueba incesante, contínua, implacable. No hay tregua porque no hay tiempo para ella. Sólo superación, sólo competencia, sólo triunfo... sólo toreo. Por eso es tan importante la temporada que está completando Andrés Romero. Un año hermoso y duro a la vez, difícil y reconfortante a un tiempo. Como si del trailer de una película se tratara, todo él queda muy bien resumido y condensado en el pasado fin de semana. Dos días en los que Andrés se comportó como un grande entre los grandes.

 

Don Benito y Ronda. Dos plazas que sólo tienen en común su categoría administrativa: las dos son de tercera. El resto en ellas es todo diferente. Una es nueva, de 2011. La otra es historia viva de lo más antiguo del toreo, del siglo XVIII. La primera lo tiene todo por vivir. La segunda, lo ha vivido ya todo. Dos plazas, dos escenarios distintos en lo que representan, pero igualmente exigentes para un rejoneador joven que anda aún en el empeño de ganar cada día el lugar que ocupa. El que ha obtenido y que nadie le ha regalado. Exigentes las dos porque en sus ruedos se ha medido el jinete de Huelva en apenas veinticuatro horas a los tres toreros a caballo que ahora mandan: Por orden de antigüedad, Pablo Hermoso de Mendoza, Andy Cartagena y Diego Ventura. Una imagen vale más que mil palabras, dice la tradición, que es tradición porque se ha cumplido muchas veces. Por tanto, bien probada está. Y la imagen, dos en este caso, define por sí sola sin necesidad de más palabras cómo se comportó Andrés Romero en ese pulso torero con los tres que mandan. Éstas son esas imágenes...

 

 

 

No son gratis estas estampas. Tienen un precio alto. El de la exigencia total, el de la disposición sin límites, el de la capacidad que se tiene o no se tiene. Porque sólo así se puede estar a la altura de la altura que en Don Benito exhibieron Pablo y Diego. Se les ve y todo parece insuperable hasta que se les ve de nuevo. Rozan la perfección y, por momentos, la hacen suya. Se miden aunque no se miren. Se aprietan como poco en el toreo actual. Y todo eso salpica, es inevitable, a quien o a quienes osen compartir paseíllo con ellos. Como en Huelva o en Huesca el año pasado, Andrés Romero lo hizo este sábado en Don Benito. Y le toco salir cuando Mendoza y Ventura llevaban dos orejas cada uno después de sendas exhibiciones. "¿Quién sale ahora después de como han estado estos dos?", se preguntaba retórico una personalidad taurina en el callejón. Salió Andrés Romero y lo hizo para ser él mismo. Para competir, antes que con nadie, consigo mismo. Tratando de superar y superando todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que quiere ser. Lo hizo en el tercero y lo hizo en el sexto de la tarde. Y lo hizo acreditando por qué estaba allí. De nuevo varias imágenes que hablan más que todas las palabras...

 

 

 

Y salió a hombros junto a Pablo y a Diego. Compartiendo con ellos el triunfo y la admiración del público. Cada uno fue como es. También Andrés Romero, que en Don Benito se comportó como un grande entre los más grandes.

 

 

Amaneció Ronda como con un tibio velo blanco que poco a poco las horas fueron corriendo hasta descubrir el azul desnudo que en Ronda es más azul y más desnudo. Era día de Goyesca. De Goyesca a caballo. Los aficionados, los profesionales y hasta las piedras de la Maestranza hablaban aún de Morante, de El Juli y de Perera. De cómo habían estado la tarde antes, de cómo habían sublimado el toreo en el templo donde el toreo irremediablemente surge sublime. Pero el domingo la ciudad entera era Maestranza de Caballería. El caballo, su historia y su cultura, su filosofía de vida lo inundaban todo. Hermosa víspera de otra tarde de toros. De rejoneo, esta vez. Y Andrés Romero formando parte de la terna de privilegiados. Ésta, con Andy y otra vez con Diego. Dos que salen a la plaza y que ya no conocen a nadie. Van a lo suyo y lo suyo es triunfar por encima de todo. Otro órdago a lo grande que el jinete onubense hacía suyo. Y cómo lo hizo... La faena al primero de sus toros está ya entre las dos mejores de la temporada, sino la mejor. Porque tuvo actitud ganadora desde el mismo brindis. Y tuvo temple y tuvo lidia con Carbón. Y tuvo apuesta y emoción con Conquistador. Y tuvo caricia y exposición con Cantú. Y tuvo rotundidad y ligazón con Bambú. Y tuvo el mejor rejón de muerte de todo el año con Chamán. Por eso Ronda le abrió sin más demora las dos hojas de su gloria particular. Más imágenes...

 

 

Como ser grande (o querer serlo) no entiende de límites, Andrés Romero le puso la rúbrica a su tarde y a su fin de semana en el último episodio de la Goyesca de rejones. El onubense creó entonces la faena de Perseo hecho puro capote con alma de guitarra templada. La faena del valor total y el corazón en la boca de Cheke. La faena del otra vez firme Bambú. Pero sobre todo, fue la faena del quiebro de Ronda. Que ya se llama así ese momento en el que la Maestranza de Pedro Romero y Antonio Ordóñez guardó silencio, la música de un pasodoble hermoso se hizo dueña del latido de la plaza y de su gente, Andrés fundió su pulso al de Guajiro, los dos hipnotizaron al toro de Passanha y los tres se fueron el uno a por los otros en el instante exacto para crear un quiebro, una suerte que ya tiene nombre propio: el quiebro de Ronda...

 

 

 

No es una cuestión de números ni de matemáticas. Lo es de poesía pura. La que en el lenguaje único y mágico del toreo dejó impresa en la piedra de Ronda Andrés Romero para coronar dos tardes, dos retos, dos pulsos, dos envites, dos triunfos ganados a corazón abierto para hacer del rejoneador de Huelva un grande entre los más grandes.

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