La historia comienza el 21 de diciembre de 1984. En Escacena del Campo, un pueblo tranquilo y sencillo en pleno corazón del Condado de Huelva. Nacen Santiago y Andrés, dos almas gemelas en el más puro sentido de la expresión. Gemelos por fuera y gemelos por dentro. Un doble destello en casa de Santiago y Rosa, reino por entonces de las mujeres. Eran mayoría. Casi como un amigo de juegos más, el caballo siempre estuvo cerca de los hermanos Romero ligado a la actividad agrícola y ganadera de la familia. Eso ayudó a que aprendieran a montar al mismo tiempo que andar. “Tengo fotos en casa en las que, por la edad, seguro que ni andaba todavía, pero donde ya aparezco montado a caballo”, cuenta Andrés. Ese caballo de la foto se llamaba Andaluz, era del abuelo Santiago y fue el animal con el que los hermanos Romero recibieron sus primeras lecciones de monta. Por entonces, todavía como un juego…
Pero Andrés se reveló pronto como un hábil caballista. Con apenas doce años, sus cualidades en la monta habían llamado ya la atención en varios concursos de doma y en exhibiciones. Pero Andrés empezó a sentir que quería más y, porque siempre ha sido un soñador, tomó un día la decisión que cambió su vida: quería ser torero. Rejoneador, por supuesto. Su primer ruedo, La Corchuela, la finca en Zufre de su padre, su patio de juegos hasta aquel instante. En adelante, la paleta donde esbozar a modo de trazos sus primeras faenas antes las becerras. Otra cosa quedó patente ya por aquel entonces: su decisión, la firmeza a la hora de ir una y otra vez a las vacas para ir entendiendo los resortes del oficio, su empeño por aprender. De manera autodidacta al principio. Siguiendo el instinto, en gran parte, y absorbiendo cuanto veía en los vídeos de los grandes del rejoneo de aquel momento.
Es entonces cuando aparece la figura providencial de Diego Ventura. En él encuentra Andrés Romero un maestro en toda la extensión de la palabra. Quien le inculca los conocimientos reales del toreo a caballo, quien le descubre los sitios del toro, la técnica de cada suerte, cómo poner un caballo para que sea buen torero. De la mano de Diego Ventura, Andrés Romero va puliendo durante años su oficio y su concepto. Su primera aparición en público fue en Higuera de la Sierra en julio de 2006, en un festival de aficionados en el que Andrés corta la primera oreja de su vida. Fue la primera toma de contacto con una plaza de toros y con el público, la primera prueba de que aquél no iba a ser un camino sencillo…
Llegó entonces la tarde que Romero considera la de su debut oficial. Fue el 13 de agosto de 2006. En Escacena del Campo, en Huelva, en su pueblo. Compartió cartel con cuatro matadores de toros como Tomás Campuzano, Manuel Ruiz Manili, Pepe Luis Vázquez y Manolo Campuzano. Se midió a un novillo de Arucci, al que le cortó las dos orejas y el rabo. Un triunfo que le jaleó por dentro y le disparó los niveles de la ilusión. Mientras su entorno le miraba convencido de que más tarde o temprano llegaría el desencanto, él multiplicaba las horas de entrenamiento y de trabajo personal y con los caballos para avanzar en el aprendizaje de una profesión que ya tenía claro que llenaría su vida.
Andrés emprendió la andadura camino de su sueño. Entre 2007 y 2011, cinco temporadas “realmente duras”, en las que mantener viva la llama de la ilusión no era fácil a tenor de las pocas ocasiones de torear que se planteaban y las condiciones en que se daban. Cinco temporadas con dieciocho tardes y diferente suerte. Con alguno de esos años, como 2009, en los que sólo toreó un festejo. Pero en eso, en ser muy fuerte en esos momentos, en no dejar de nadar por más a contracorriente que todo viniera, estuvo el secreto de lo que habría de venir. Sobre todo, a partir de 2012, el año de Atarfe…
Porque fue en la ciudad granadina y en su certamen de rejoneo, televisado además por Canal Sur Televisión, donde se produjo el punto de inflexión. Andrés Romero consiguió entrar en los carteles del certamen y enseguida entendió que ése tenía que ser, que ése iba a ser el punto de partida de la escalada. Y así fue. El rejoneador de Escacena del Campo arrolló en la semifinal en la que toreó al cortarle cuatro orejas a su lote de novillos de Salvador Guardiola Fantoni. Fue el 3 de marzo de 2012. Una tarde que le descubrió como un torero, aún por pulir, pero con un fondo de oficio y de ambición realmente llamativos. Era nuevo aún, pero no lo parecía. La suya en Atarfe fue la actitud de un ganador que quería, que podía, que debía y que tenía que ganar. Y ganó. Y se metió con todos los honores en la final de la semana siguiente. 10 de marzo. También con Canal Sur Televisión poniéndole el altavoz a su empeño. Andrés Romero confirmó y mejoró todo lo apuntado una semana antes y le cortó una oreja a cada novillo de su lote, los dos de la ganadería de Arucci. Un balance que le convirtió en triunfador de la tarde y en ganador del Rejón de Oro y de un potro donado por el rejoneador Fermín Bohórquez.
Atarfe fue su primer golpe de mano y la puerta que le abrió muchas más en una temporada de 2012 marcada por la regularidad en el triunfo. Los números lo dicen todo: toreó veinticinco festejos y salió en hombros en veintidos de ellos. Desde marzo hasta octubre. Siempre manteniendo el nivel de intensidad y de ambición en respuesta a la temporada, por entonces, más exigente de su vida. Fue pasar de muy poco a mucho y Andrés Romero aprobó el examen con nota alta. Entre las cotas del año, la tarde del 5 de agosto, en la que hizo el paseíllo como sobresaliente junto a Francisco Palha en la histórica encerrona en solitario de Diego Ventura en las Colombinas de Huelva. Andrés participa invitado por el maestro en el tercio de banderillas del quinto de la tarde, con el hierro de Benítez Cubero, y su desparpajo, espectacularidad y buen hacer ponen en pie, junto con sus compañeros, los tendidos de la Plaza de Toros La Merced. Fue una emocionante presentación de credenciales en la plaza de su tierra y un augurio de lo que vendría sólo unas Colombinas después…
Las de 2013. El año de confirmar y de consolidar. El año de pisar plazas de mayor categoría, al tiempo de seguir creciendo en una profesión donde nunca todo es suficiente. En agosto, otra vez en Huelva. Ahora incluido ya en el cartel titular junto a, nada más y nada menos, que Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura para lidiar toros de Luis Terrón. Pintor y Aguilillo los suyos. Otra prueba de responsabilidad con el plus de tener a cada lado a los dos mandones del rejoneo contemporáneo y dos de los más grandes de la historia. Una tarde de la máxima exigencia que lo es también en su desarrollo. Porque el primero no dio opciones y el segundo tampoco demasiadas, pero fue ahí donde emergió la raza y la ambición del torero onubense para poner de su parte el rumbo de los acontecimiento. Ya saben, aquello de que sólo cambia la moneda quien la tiene… Después de Huelva, El Puerto de Santa María. Y, a continuación, Huesca. Tres puertas grandes en sus tres primeras plazas de segunda categoría. Tres triunfos que subrayan que Andrés Romero ya es más presente que futuro. Tres cotas de alta montaña en medio de la cordillera de otra temporada de veinticinco festejos en plazas menores, pero donde también hay que cortar las orejas y salir en hombros como única alternativa para llegar donde se quiere. Veinticinco tardes con veintidos puertas grandes. Y, al comienzo del año, otra cita para no olvidar, de nuevo de la mano de Diego Ventura, tantas veces presente en tantos momentos importantes en la vida de Andrés Romero. Fue en Sevilla, la tarde del 14 de abril. Otra encerrona del maestro y otra vez Andrés como sobresaliente, lo que le permite presentarse en la Real Maestranza tomando parte en el tercio de banderillas para volver a dejar la impresión de torero a más.
De alguna manera, como toda la trayectoria de Andrés Romero: siempre a más. Desde que era niño y quiso más a ahora que es hombre y sigue queriendo más. Cuestión de sangre y de no saber vivir de otra manera más que soñando. Y los sueños, cuando se persiguen de verdad, se terminan cumpliendo siempre…
Y para muestra, dos botones: la alternativa en la Real Maestranza de Sevilla y su confirmación en la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid. Los dos templos del toreo mundial. Dos acontecimientos en el plazo de apenas unos días. Primero el doctorado, el 4 de mayo de 2014 en Sevilla. Un hecho único hasta ahora en la historia de la Tauromaquia: nunca antes un rejoneador había tomado la alternativa en la Real Maestranza de Caballería. Tuvo que ser Andrés Romero y fue de la mano de Andy Cartagena con Diego Ventura como testigo. El toro de la ceremonia se llamó Opositor, marcado con el número 101, negro de capa y de la ganadería de Fermín Bohórquez. El jinete onubense recogió la ovación del público hispalense al final de su actuación. Un premio que se multiplicó por mucho a la muerte del sexto: Húbedo se llamó, número 35, negro de pelo y con el hierro también de Fermín Bohórquez. Un toro al que Andrés Romero le cortó las dos orejas tras una faena plena de emoción, pureza y entrega, lo que le sirvió para salir de la Maestranza a hombros por la Puerta Principal.
Y luego Madrid. El 13 de mayo, en plena Feria de San Isidro y en otro cartel de lujo. De nuevo con toros de Fermín Bohórquez. Diego Ventura como maestro y Leonardo Hernández como testigo. El toro de la confirmación se llamó Plateado, número 29 y fue negro de capa. El fallo a espadas impidió un triunfo que estaba cantado. Lo cantó Madrid con un torero nuevo al que Las Ventas le dio su placet en recompensa al conjunto de una tarde de sincera entrega y exposición por sacarle todo el toreo posible a dos toros que no se prestaron a la grandeza de la cita. Esta tarde isidril, Andrés Romero confirmó en Las Ventas su alternativa y su capacidad para estar donde sueña.