Era la vuelta de Andrés Romero a la Pinzoniana de Palos de la Frontera diez años después. El recuerdo de aquélla aún dura. Fue tan bonita… Pero el recuerdo de ésta también quedará a tenor de la dimensión ofrecida por el rejoneador de Escacena del Campo, tan preñada de rebeldía y brillantez, tan contundente, tan implacable, tan autoritaria. Que el premio final de las cuatro orejas y un rabo así lo constatan.
Fue triunfo de mucho mérito el del onubense ante un toro de escasa colaboración, suelto y a su aire ya de salida, por eso fue tan importante lo pronto que lo fijó con Obelisco. Hubo mucha emoción en banderillas por los terrenos de máxima cercanía que pisó con Kabul a pesar de lo renuente del toro, lo que se multiplicó en los quiebros con el eterno Guajiro, inalterable su valor para llegar tan arriba. Fue perfecto por ligado el carrusel de cortas con Piropo, anticipo de un extraordinario rejón final.
Fue grande su faena al bravo segundo de su par, con el que apostó fuerte recibiéndolo a portagayola con Cisne. Salió con pies el animal y le sostuvo el pulso el torero con pulso y mando. Virtudes que multiplicó con Fuente Rey, pura clase en el toreo de costado y cambiándole los terrenos al toro una y otra vez al hilo de las tablas. Y valor sincero y callado para llegar tan a la cara al quebrar y clavar. Alcanzó Andrés alta conexión con el tendido en banderillas. Abrochó su faena con Piropo en un perfecto carrusel de cortas. Sólo un primer pinchazo antes del rejón final le privó de los máximos trofeos, pero no de la entrega total y el reconocimiento del público.