De nuevo le tocó a Andrés Romero estar muy por encima de su oponente, un toro de Joao Ramalho áspero y que nunca regaló nada. Ya de salida, con Cisne, se expresó con arreones, trotaba midiendo a la cabalgadura y le apretaba cortándole el viaje cuando la sabía cercana. Dos farpas clavó el jinete onubense buscando ahormar las acometidas del burel, al que lidió ya en banderillas con Kabul, con el que tuvo la virtud el torero de saber vestir mucho las suertes dado el escaso lucimiento de su enemigo. Tiró de todos los recursos de doma para meter a la gente en la preparación de cada suerte y luego se fue a por ellas con la franqueza de ir de frente y llegar mucho a la cara del toro, que esperaba siempre. En esos mismos términos clavó dos banderillas con Guajiro, también propiciando el encuentro en distancias cortas porque el toro no acometía y sólo se defendía con desdén en el instante del embroque. Tuvieron emoción las dos banderillas al quiebro con Guajiro. La emoción de la verdad y la entrega de Andrés Romero, que se ha abonado al triunfo cada día que torea.