Fue una noche mágica de principio a fin refrendada por una espectacular entrada de público. Un ambiente de día grande que predisponía al triunfo grande también. Y así fue. Una verdadera celebración como merecía la espera por lo frustrado por la pesadilla tres años antes. Se hizo esperar, pero mereció la pena y Andrés Romero y Diego Ventura brindaron una espléndida noche de toros en El Rocío. Solo con el lamento de la demora con los aceros ante el último de la corrida que redujo tanto el premio del onubense. Por suerte, no perdió tiempo alguno y ya en su primero había asegurado el refrendo que pretendía para una noche así.

Fue ante un toro de La Galana al que hubo de mantener siempre metido en la jurisdicción de las cabalgaduras, ya que tendía a irse a tablas. Así lo comprobó de salida con Golondrina y así lo fue corrigiendo en banderillas con Meridio, con el que, a base de encimarle y de tirar de él con paciencia, lo toreó de costado en un brillante ejercicio de lidia, de la lidia que termina imponiendo sus condiciones. La cima de esta faena llegó, como tantas veces, con Guajiro, sinónimo de fiabilidad, de emoción y, por consiguiente, de transmisión al tendido. Así fue en cada quiebro emplazado el toro en los medios y buscando Romero darle en el cite la ventaja de su querencia para que acometiera. Puso ajuste en cada embroque y la gente lo vivió metida de llena en cada encuentro. Tras las cortas, cobró el onubense un rejón espectacular con Chamán de efecto más que inmediato y que rodó al toro como una pelota, lo que dio pie a la concesión de las dos orejas y el rabo.

Fue cambiando de comportamiento su segundo, del mismo hierro, y del que también tuvo que tirar porque le costaba ir hacia adelante. Lo pulseó inteligente de salida con Obelisco y le hizo de todo con Fuente Rey, siempre desde la obligación de tener que llegarle mucho para que respondiera a los envites del torero. Fue un tercio trabajado por Andrés, que, poco a poco, sacó embestidas que había que ir a buscar. Incluso a caballo y toro parado, como hizo con Farrugia, emocionante en dos banderillas al quiebro tomadas muy en corto. Pinchó con el rejón de muerte Andrés Romero y se puso el toro ciertamente complicado para el descabello, el único borrón en una noche luminosa y añorada.