Como tirarse contra un muro. Como asomarse una y otra vez a un precipicio con decisión de saltarlo en busca de lo que haya al otro lado. Como darlo todo sabiendo que nada se va a recibir pero seguir yendo una y otra vez a darlo todo de nuevo. Como buscando conejos en la chistera de lo imposible. Como un torero con hambre ante un toro sin vida ni la casta mínima que le permite llamarse toro. Así ha transcurrido la historia del estreno hoy de Andrés Romero en la Feria de Jerez de la Frontera. Una historia que termina con sabor de desencanto. Y de rabia. E incluso de impotencia. El desencanto, la rabia y la impotencia que produce esa mansedumbre que se clava en el alma.
Como signo de ese a por todas con que Andrés pisa todas las plazas, se fue de nuevo a portagayola con Perseo y su marsellés sobre el hombro, recto el paso, decidido, la mirada hundida en el mentón y en el pensamiento de que, otra vez, tenía que ser todo o todo. En la misma boca de la incertidumbre se apostó el onubense para recoger desde el primer segundo la embestida de Jubiloso-83, de Fermín Bohórquez, pero si Romero rompió a cabalgar hacia adelante, el toro lo hizo contrario y yéndose, una actitud que mantuvo ya hasta el final. Lo buscó Andrés varias veces aun con el marsellés antes de tomar el rejón, pero nada. Ni siquiera con la mecha del castigo se encendió el cuatreño. Bueno, sí, alguna vez sí lo hizo, pero a la defensiva, con oleadas de cobarde, de manso declarado, siempre hacia adentro, apretando para sorprender y coger de mala manera. Optó Romero por, al menos, dejar las cosas así y cerró el tercio con un solo rejón intentando que el de Bohórquez durara todo lo posible.
Y planteó un tercio de banderillas con decisión y sin un segundo que perder. Sacó a Guajiro y se montó literalmente encima de Jubiloso en cada encuentro porque no quedaba otra. Se fue defrente y despacio y sólo en la cara irrumpía el quiebro, firme, para provocar y poder clavar con ajuste. Escasas veces tuvo respuesta el envite. Ni siquiera en la distancia más corta, donde se puso varias veces en busca de aquello que no recibía. Era pura entrega sin eco en el enemigo, que siempre tiene que ser necesario colaborador. Más llegó y más despacio lo hizo todavía con Odiel en las dos banderillas que clavó. Hasta el límite el cite con el tierra a tierra y una y otra vez la cabalgadura –hombre y caballo, Romero y Odiel- dándose toda pero cada vez con menos respuesta. Parado hasta la desesperación, el carrusel de cortas con Bambú lo fue porque el torero de Escacena del Campo se tiró siempre sobre el morrillo.
Debutó Arquitecto a la hora de la verdad, en el último tercio. Y no le quedó otra más que vivir en el universo del toro, invadirlo. Dejó el torero un rejón casi entero que fue suficiente para acabar con el toro. Pidió el público el trofeo, pero todo se quedó en una aplaudida vuelta al ruedo. Que sabe a poco para quien vino a Jerez dándolo todo y recibiendo sólo ese desencanto de la mansedumbre que se te clava en el alma.