El del toreo es un camino largo, que no conoce de pausas, que tiene siempre senda por delante que recorrer y en el que, por tanto, sólo los que perseveran llegan al final. A ese horizonte que todo hombre, que todo torero, se marca como destino de sus pasos. El del toreo es un camino largo en el que sólo es posible avanzar paso a paso. Alguna vez hay un paso más amplio que otro, más al frente, más decidido, y a veces también lo hay que son más cortos, más detenidos, que parece que no avanzan aunque siempre se avanza. Los pasos largos en el camino del toreo, como en el de la vida, precisan también de muchos pasos cortos. Lo que no caben son los pasos atrás. Ésos, como diría aquél, ni para coger impulso…
Necesitaba Andrés Romero dar en Madrid un paso de los grandes, de los decididos. Como los dio en Valencia y en Sevilla hace apenas unos pasos. Pero éste de Madrid fue al final más corto del deseado. Pero estar en una plaza de toros como la de la capital de España, si eres capaz de abrir los ojos a lo que ella te enseña como universidad mundial de la Tauromaquia que es, siempre sirve. Cierto es que no se ha prolongado allí la serie triunfal e ilusionante de Fallas y de Abril, pero el camino sigue y Andrés Romero ya ha demostrado que está en él por méritos propios.
Pesó la tarde en la misma medida en que pesa la responsabilidad de quien es responsable por lo mucho que se juega. De quien es consciente de lo duro y exigente que es el toreo. De quien, a pesar de cuajar la temporada pasada – su primer año en la élite con hechos que están ahí-, comprueba que nada está ganado y que aquí cada día, cada tarde, es una batalla que toca librar y ganar. Y no hubo nunca guerra alguna que se ganara en una sola batalla, como tampoco lo hubo que se perdiera en una batalla sola. Pesó la tarde, es verdad, pero la trayectoria reciente de Romero demuestra que siempre se rehace después de cualquier ocasión en la que las cosas no salieron como hacía falta. Ya saben aquello de los pasos cortos que llevan a los pasos largos…
Que el onubense era consciente de cuánto se juega un torero joven en una feria como la de San Isidro quedó patente en sus dos idas al encuentro de lo incierto, a portagayola que se llama, a lomos de ese compañero inseparable de los miedos y de las apuestas más de verdad que es Perseo. Pero en ninguno de los dos casos hubo la correspondencia que el envite merecía y precisaba. Los dos toros de Benítez Cubero salieron ya sin alma, como sin vida, sin fuego en sus entrañas. Y así fue en el conjunto de las dos faenas del rejoneador de Escacena del Campo que escasa colaboración encontró en su lote de toros –desrazados y desclasados- para que el acontecimiento rompiera en acontecimiento tal y como hacía falta. Cheke, Conquistador, Odiel –bonita nueva expectativa la que ofrece este caballo con nombre tan de Huelva-, Guajiro, Bambú y Chamán fueron las armas con las que Andrés le salió al encuentro a la tarde y a su peso. El que se lleva puesto y el que te cae allí, pero al final los hechos quedaron por encima de la voluntad y los deseos del torero que, sincero siempre, reconoció en los micrófonos de Canal + Toros que no terminó de cogerle el aire a la cita. Por lo que quiera que sea, que eso es él quien mejor lo sabe. Y lo sabe bien. Por eso en su trayectoria profesional un paso corto fue siempre el anticipo de otros grandes. El toreo es un camino largo que no conoce de pausas y Andrés Romero sigue en él. Caminando. Ni el horizonte estaba sólo en Madrid ni se ha perdido en lontananza. Sigue ahí. Como Andrés. Ahora viene un paso de los grandes. Si no, al tiempo…