Empezaba el año 2014, la Temporada de la Ilusión se dio en llamar, una lluviosa tarde de febrero en Atarfe. Se iniciba entonces un camino cargado, precisamente, de eso, de ilusiones, de muchos y buenos propósitos, de bonitas y ambiciosas expectativas, de todas las ganas del mundo por demostrar que se está porque se merece. Y el camino ha sido largo, duro, difícil, cuesta arriba en no pocos momentos, pero también gozoso, satisfactorio y pleno porque éstas son las sensaciones que dejan saber que se crece desde el triunfo, pero también desde las pruebas a que somete la profesión más difícil del mundo. No es fácil venir casi desde la nada y reivindicarse cada tarde entre los capaces para aspirar a todo. Eso lo ha hecho Andrés Romero en la temporada en la que tantas cosas se ponían a prueba y en la que tantas cosas han quedado probadas...
Y qué mejor manera de coronar un año así que compartiendo la Puerta Grande del Coso del Descubrimiento de Palos de la Frontera con una figura histórica de éste y de todos los tiempos del toreo como Juan Antonio Ruiz Espartaco. De por qué lo es (no que lo haya sido, sino que lo siga siendo) se ha encargado el mismo maestro de dar cuenta en una tarde para recordar, para paladear y para aprender... Y este triunfo tan especial, esta salida a hombros de las que se presume ya para el resto de la vida, la ha conseguido el jinete onubense tras firmar una de sus grandes actuaciones de todo 2014. Ha sido en el quinto de la tarde, el segundo de su lote. De nombre Luchador, de Luis Albarrán, un toro en la línea de la inmensa mayoría de los toros sorteados y lidiados esta temporada por Andrés. Es decir, manso, con la raza justa y la transmisión más justa todavía. Pero si se quiere ser hay que serlo en todas las circunstancias y ésta es una máxima que Romero tiene grabada a fuego en el alma. Mereció mucho más de lo que obtuvo al final en el primero, pero tres pinchazos le dejaron abrazando sólo la cariñosa y fuerte ovación del público palermo. Por eso, no es que se fuera a portagayola con Perseo en el quinto, sino que casi se metió en los chiqueros en busca del toro y en busca del triunfo. La rabia le estaba quemando por dentro: estaba en Huelva, en su tierra, la que tanto le da y le apoya, y no se le podía dejar con menos de lo que ha sido la media del año. El de Albarrán salió completamente desentendido y nada quiso saber ni del torero ni del caballo. Ni siquiera con los dos rejones de castigo (el segundo de ellos yendo y clavando muy de frente, como a paso de banderilla) que le dejó el rejoneador. Llegó entonces la traca grande, ése darlo todo a cambio de lo que hiciera falta, ése irse por el toro con la mirada prendida de fuego para cuajar un tercio de banderillas sencillamente memorable. Primero con Conquistador. Todas las ventajas dadas al toro, los pechos muy por delante y la batida justa en el sitio donde ya sólo podía ser clavar o lo que Dios quisiera. Y Dios, que es torero también, quiso por dos veces que Andrés clavara tan ajustado como reunido y toreando con medio caballo como si sus muñecas sujetaran un capote de seda en vez de la fuerza natural del caballo. La segunda de las banderillas, de color rosa, entregada por las mujeres de Asamom, la Asociación Santa Águeda de Mujeres Operadas de Mama de Villalba del Alcor, invitadas hoy por el rejoneador de Escacena. Por ellas y para ellas. Y tuvo la suerte tanta verdad como ellas mismas aquilatan en su lucha y en su empeño...
Puso Andrés al público con las pulsaciones ya en aumento. En ese clímax perfecto para que entonces aparezca ese milagro llamado Guajiro. Un caballo inventado y esculpido por Andrés Romero y que hoy le devuelve a Andrés Romero los más grandes pasajes de sus mejores faenas. Como hoy. Como si Guajiro supiera y sintiera cuánto necesitaba su torero esta tarde y en ese momento el triunfo, el caballo dió lo mejor de sí y, puede que también, de todo el año en tres banderillas al quiebro de una emoción y, otra vez, de una verdad inmensas. ¿Por dónde pasó el caballo? ¿En qué justo momento clavó Andrés? Nadie lo sabe aún... Lo único cierto es que el toreo fluyó y la suerte surgió grande y en pureza. La última banderilla, clavada a toro y caballo parado. Una eternidad duró el cite. En los medios. Con la plaza callada y la música sonando. Citaba Andrés con la voz y con el brazo que portaba la banderilla. Se lo pensaba el toro. Y a cada segundo, menos espacio. Echó entonces Romero el pecho de Guajiro por delante. O el corazón, mejor. Luchador se arrancó ahora sí y Andrés clavó en todo lo alto al mismo tiempo que quebraba. Y las piruetas... no fueron adorno esta vez, sino una parte más de la suerte por ajustadas, por en la cara y por emotivas. La plaza había estallado de júblio y por entero se puso en pie el público. Echó pie a tierra el jinete de Huelva en reconocimiento a su caballo y éste se fue solo en busca de su descanso con el justo reconocimiento de los aficionados. Eres grande, Guajiro...
Quedaba la rúbrica. Como tantas veces, a cargo de Bambú, ese caballo que lo hace casi todo bien, que siempre responde cuando se le necesita y que tanto le ha tenido que llegar a los toros y que clavarle por los adentros este año de tanto manso con que se ha topado. Las cortas, clavadas en cinco céntimos. Y la rosa final. Se demoró la suerte final con los aceros, es verdad, pero ¿y qué? ¿Acaso puede eso desmerecer todo lo hecho? Palos decidió que no y, no le pidió, sino que le exigió las dos orejas al palco y éste, aunque se resistió, no tuvo más remedio que concederlas. Era lo justo. Era lo que tenía que ser. Como la esencia misma de todo el año de Andrés Romero, que hoy en la Pinzoniana de Palos de la Frontera sacó la mejor versión de sí mismo para ponerle el broche de oro que merece un año de tanto contenido y de tanto mensaje. Se cierra aquí el libro de 2014. La Temporada de la Ilusión se le dio en llamar. Y al final lo ha sido. Y no sólo por cuantas de ellas quedan cumplidas, sino por cuantas más quedan planteadas para 2015.