Andrés Romero entra en Francia por la puerta grande del triunfo. El que ha cosechado en Las Arenes de Mont de Marsan, en la Feria de la Madeleine, tras coronar con cuatro vueltas al ruedo una actuación marcada por solidez, la seguridad y la capacidad de sobreponerse a la negativa condición de sus dos oponentes. En su cuarta comparecencia de la temporada en plaza de primera categoría, el onubense ha dado varios pasos al frente en su camino justo ahora que llega otro tramo decisivo del año. Y lo ha hecho consolidando todo lo bueno que ya apuntó en el festival de Almonte, en esa línea de recuperación de la frescura y la chispa que siempre le fue característica.

Exprimió a su primero todo lo posible y más en una faena de decisión y entrega total en busca del triunfo. Lo consiguió el onubense porque lo quiso de verdad. Y eso que no halló en el de Castillejo de Huebra la mejor colaboración. Ni siquiera en ese irse a su encuentro a portagayola con Perseo, en la primera demostración de a qué venía el jinete a Mont de Marsan. Salió el toro a su aire y sin querer saber nada del envite a que le retaba Andrés. Dos rejones de castigo le dejó para, precisamente, castigar su condición mansa y rajada. Tras cada encuentro, el astado huía a tablas. Entendió el onubense que era momento de poner toda la carne en el asador y sacó a Cheke. Y clavó una primera banderilla al quiebro en los medios de gran mérito porque el toro, lejos de reaccionar a la batida del caballo, se le tiró de frente. Pero la suerte salió airosa, ajustada y brillante, y el cálido público galo lo premió entusiasmado. A más en sus propias sensaciones, multiplicó Romero su complicidad con el tendido al sacar a Odiel y hacer ese tierra a tierra tan personal y que tanta plaza llena. Arriesgó Andrés en los dos palos que clavó porque, cada vez más, el toro aguardaba y golpeaba. Le quedaba al trasteo dar un paso más al frente y lo hizo con Bambú en un carrusel de cortas sin dejar que lo a menos del toro le restara ligazón y dos rosas que fueron dos expresiones de "no me conformo". La fuerte voltereta sufrida por uno de los forcados de Chamusca y lo desesperante que se puso la salida del toro del ruedo no restaron intensidad a la primera vuelta al ruedo de Andrés y, lo que es más sintomático, tampoco a la segunda.

Buena parte del guión se repitió en la segunda faena porque el segundo de Castillejo de Huebra decidió tirar por el camino de la nada en lo que se cambiaba del recibo -con Carbón- al tercio de banderillas. Buscó Romero con el segundo rejón atemperar su acometida, pero con tan poco como llevaba por dentro, el astado optó por tirar por el camino corto de la rendición. Abrió el tercio de banderillas con Conquistador para dejar un rehilete batiendo muy al pitón contrario y aprovechando la arrancada pronta del toro, lo que le dio emotividad al instante. Apostó entonces por Guajiro y eso subió el nivel de transmisión de la faena. Apenas acometía ya el de Castillejo, emplazado en los medios y con el celo justo, lo que obligó al rejoneador de Escacena del Campo a exponer en los embroques para que salieran puros y ajustados. Casi a toro parado los segundos palos que clavó Andrés. Casi, decimos, porque más pronto se arrancaba el astado a caballo parado y en la corta distancia que cuando lo citó de lejos. Pero fue siempre más el ir que el emplearse de verdad cuando llegaba a la jurisdicción del caballo. Fue la hora entonces de Cantú, pero el burel se frenaba justo en el momento de la reunión, por lo que tocaba remachar lo conseguido infiriéndole al conjunto ese plus de transmisión que es competencia bien ganada de Bambú. Lo hizo clavando las cortas, siempre ligadas y reunidas, y la rosa final, con la que Andrés Romero certificaba una feliz noche de encuentro con Francia y su afición. Una noche que supone, además, dar varios pasos al frente en su camino personal.