Llegaba Andrés Romero a Villarrobledo con el sabor a medias entre la satisfacción por su buen nivel en la corrida de la noche anterior en El Puerto de Santa María -una de las más redondas de su temporada- y el lamento por el triunfo grande que se le escapó por mor de la espada. Era, pues, la ocasión propicia para limpiar del paladar de los sentimientos esa acritud y volverla por completo en dulzura. Venía como anillo al dedo esta corrida inesperada en la ciudad albaceteña (sustituía hoy a Manuel Manzanares), no había que esperar una semana para cambiar esas sensaciones. Y la aprovechó el jinete de Escacena del Campo, que se ha entretenido en cortar cuatro orejas y un rabo que podían haber sido más de no haber pinchado por tres veces a su primero, al que ya le había cuajado -como a los dos siguientes- una faena pletórica. Esta vez sí, el marcador final fue justo con lo realizado por el onubense en el ruedo.
Si una palabra define la actuación global de Andrés Romero en Villarrobledo es plenitud. El patrón común de las tres faenas estuvo fue el de la solidez, la entrega total y la torería redonda entendida ésta por la pureza, el ajuste y la brillantez a la hora de hacer las suertes. Y eso que el lote de tres toros de El Madroñal, como todo el encierro en general, no se prestó demasiado al lucimiento. De hecho, hasta lo complicaron con esa característica tan molesta para el toreo a caballo como es el ponerse los toros por delante de los caballos buscando cortarles el viaje y taparles la salida. Pero Andrés está fresco de ideas y bien provisto de los recursos del oficio que te permiten solventar esas complicaciones, superarlas e imponer su concepto por encima de todo. Y como, además, tiene facilidad para conectar con el tendido, como el público percibe pronto su disposición y sinceridad, logra generar una complicidad con la gente que, al final, cuando todo sale bien, desemboca en triunfos rotundos.
Como hoy en Villarrobledo, de donde cabe concluir también el nivel creciente y el cada vez mejor momento de forma de la cuadra en general y de sus pilares en particular. Sobre todo, Guajiro y Odiel. El primero sigue siendo el capitán general del escuadrón romerista. Su concurso, su participación, su estado de forma repercute siempre de manera definitiva en la propia trayectoria de Andrés y así vuelve a pasar en este momento de la temporada en la que el rejoneador disfruta de su momento más cuajado del año. Como en El Puerto, Guajiro brilló a gran altura en Villarrobledo. Citó de frente y de frente se fue siempre en busca del embroque, batió y quebró con seguridad, quedándose siempre en la cara del toro, y salió airoso y torero de cada banderilla con sus habituales piruetas. Odiel, por su parte, llegado a la cuadra del onubense empezada ya la temporada, va cobrando peso en ella en cada festejo y, como en El Puerto también, mostró en la localidad manchega una sintonía con su torero que cada vez le imprime más seguridad a uno y a otro.
Pero también Perseo y Carbón de salida. Y Conquistador, Cantú y Bambú en banderillas -extraordinario en los carruseles de cortas en los tres toros- y, por supuesto, Chamán, el soporte del último tercio que hoy, salvo en el primer toro, fue también el tercio definitivo. Todos ellos son la clave del triunfo de Andrés Romero en Villarrobledo. El pilar sobre el que se levantó una tarde maciza y redonda que confirma que el escacenero vive ahora el cénit de su temporada.