No es nada fácil reeditar un sueño. Y quien lo hace es porque su capacidad está a la altura de soñar lo que le dé la gana. Puede que a estas horas, Andrés Romero esté mascullando aún por dentro su lamento por lo cerca que ha visto pasar la Puerta del Príncipe. Como el año pasado, pero, si cabe, aún con más fuerza que el año pasado. Porque si la historia se ha repetido tal cual es porque el rejón de muerte en el primer toro cayó dos dedos más atrás de su sitio exacto. Lo justo para que se demorara la muerte del de Fermín Bohórquez y que el onubense tuviera que echar pie a tierra para descabellar. De no haber sido así, seguro, esta crónica hablaría de la primera Puerta del Príncipe para el torero de Escacena del Campo. Habrá que esperar para ello, pero ya saben aquello que reza el refrán: tanto va el cántaro a la fuente...
Resulta muy difícil cuando se trata de Sevilla ponderar algo por encima de las dos orejas, del resultado final. Porque, dado como está montado el negocio taurino, este doble premio en la Maestranza sirve para seguir mereciendo todo a cuanto se aspira para crecer y seguir entre los mejores. Pero, a fuerza de ser justos, hoy sí es posible calibrar la dimensión y el fondo mostrado por Romero incluso por encima del peso tremendo que tienen dos orejas en un toro en la Maestranza de Sevilla. La solidez de su evolución, lo firme de su concepto, la seguridad de sus formas, la lectura medida de cada momento de la lidia, ese poner la cabeza por encima del corazón, la compenetración con su cuadra... Tantas cosas que hoy se vieron en la catedral del toreo. Esa sensación, ese run run, ese poso que deja lo evidente cuando sorprende, llena y convence. Todo ello es justo también poner en valor de la actuación de Andrés Romero en la Feria de Abril de 2015. Incluso por encima del resultado final de las dos orejas. Éstas son el fruto de todo aquello. Y aquello es el mejor reflejo de que la esencia de este Romero tiene mucho aroma que regalar...
Pareció desentendido de salida el primero, pero en lo que andaba es en enterarse. Miraba para todos lados menos para donde debía hasta que irrumpía con cierta violencia cuando sentía la cabalgadura cerca. En banderillas, el toro tampoco terminó de romper hacia adelante. Apuntaba, pero sin terminar de explotar. Es decir, se arrancaba pronto al cite lejano del torero, pero se frenaba justo en el embroque, lo que obligó al de Huelva a abortar la suerte antes de poder ejecutarla y para no perder ni ajuste ni acierto al clavar. Fue a más la faena y a más también la conexión con el tendido en las dos banderillas que clavó con Cantú, vistiendo las suertes en clara complicidad con el público y clavando en los medios después de citar muy en largo al burel. No podía perder la faena ese punto de transmisión que había cobrado hasta ahí y así lo hizo con Bambú al dejar tres cortar ligadas y echándose encima del toro, que cada vez se apagaba más. Lástima que el rejón, que cayó entero, lo hiciera también -dicho queda- dos dedos más traseros de lo debido, lo que ralentizó la muerte del toro y enfrío el ambiente en los tendidos. Con todo, asomaron pañuelos.
Cuánto se parecía la historia en ese punto a la del año pasado... Así que Romero decidió que, así las cosas, mejor repetirla. Y a ello se puso apostando desde el principio, yendo en busca de su suerte antes incluso de que la fortuna decidiera si Nuevecito-96 era o no toro de triunfo. Y a portagayola que se fue con su cómplice de los sustos, Perseo. Hasta la boca misma de la oscuridad se metió el de Escacena, aunque el toro no salió con esos pies que necesita el envite del jinete para resultar con la intensidad que merece. En banderillas, sacó a Conquistador para pisar a fondo el pedal del acelerador de la emoción en busca de un triunfo que no se podía escapar. Recorrió media plaza galopando de costado con el toro encelado en el caballo y clavó dos banderillas de mucha emoción para las que tuvo que llegar a la misma cara del toro y hacer de la batida casi el mismo cite. Todo ello en lo que dura un segundo. Era el momento de Guajiro -por cierto Guajiro, gracias inmensas por tu esfuerzo de hoy, torero...-. Inolvidable la segunda banderilla. Al quiebro, a caballo y toro parado, con la tensión de que no saliera bien al primer intento, cogiendo muy en corto al de Bohórquez y tirando al aire la moneda del ser o no ser... Fue y salió bien y la Maestranza crujió y Andrés supo que la historia ya era muy como la del año pasado y que tenía las orejas en la mano. Las apretó con fuerza al coronar su faena con las cortas con Bambú y, esta vez sí, dejando un rejón fulminante y de muerte emotiva a lomos de Chamán. Las dos orejas cayeron casi al instante, en una muestra de lo indiscutible. Rompió el torero en su rabia... Lo había conseguido. Otra vez. Dos orejas en un toro en Sevilla y el derecho a que nadie le niegue lo que es suyo.
Seguro que a esta hora el torero anda mascullando lo cerca que ha oído abrirse otra vez la Puerta del Príncipe. Se escapó por poco otra vez. Por menos aún incluso. Pero ya llegará. Andrés Romero ya ha demostrado que hace eso que hacen los grandes: repetir las historias que les hacen tan grandes.