Es uno de sus escenarios soñados. Llevaba días solo con él en la mente. Desde que supo que este día llegaría. Andrés Romero se ha curtido como aficionado en muchas noches viendo torear a caballo en Campo Pequeno y ese escenario le tiene conquistado. Por eso le importa tanto, por eso sueña con él. Y por eso llevaba días robándole horas al tiempo para estar a punto. Al punto que Campo Pequeno reclama y merece. Y esas cosas no caen en saco roto. La pasión y el tesón, decimos. Soñar e ir a por tus sueños. Por eso hoy Lisboa y su inigualable teatro del toreo le han visto como nunca, mejor que nunca. De macizo, de sólido, de cuajado, de entregado, de brillante, de importante. Disfrutando de verdad. Desde el poso. Desde el alma. A cada segundo. Como olvidado de todo lo que no fuera él y Campo Pequeno.
Como ya hiciera en Azambuja, comenzó su faena con Kabul para clavar dos farpas de importancia porque, ya entonces, había que ir a buscar al toro para provocar sus embestidas. Toreo de cercanías desde los primeros compases, de compromiso, de no dudar y tener claro cuáles eran las claves. Su actitud metió irremediablemente al público en el trasteo, siendo Lisboa como es exigente y entendida. El cénit llegó con Fuente Rey en banderillas, un tercio que fue a más, en el que, de nuevo, hubo de ponerlo todo. El mando, la entrega, los tiempos. Se fue Andrés a buscar una y otra vez al ejemplar de Passanha, que le aguardaba de inicio, en embroques de mucho ajuste, quebrando en la cara. Cada banderilla fue mejor que la anterior, con lo que la obra del onubense fue ganando en transmisión con el tendido. Y eso que las acometidas eran cada vez más contadas y más cortas, pero en nada de eso se escudó el jinete de Escacena del Campo, convencido de que hoy era la noche. Su noche. Con el toro ya más aquerenciado, puso en liza a Guajiro, que nunca falla y no falló. Hubo con él dos banderillas de plena emoción por lo medido de los terrenos donde tuvo que plantear las suertes. Especialmente la segunda fue cumbre. Y rematada con un espectacular pirueta en la misma cara del astado, en la que Andrés pareció volcar, por raza y por capacidad, por responsabilidad y compromiso, cuantas sensaciones llevaba ardiendo hoy en la entrañas. Porque Campo Pequeno no es cualquier sitio y hoy era la noche de conquistar definitivamente Lisboa.