Nuevo golpe en la mesa de Andrés Romero en Portugal, justo la tarde en que comenzaba su tercera temporada en el país luso, donde se ha hecho ya con espacio propio. Y se entienden, Andrés y Portugal se entienden. Hay química recíproca. Y cada vez más. Esa química fue el resultado hoy de una fórmula infalible: la de la entrega total y la del despliegue de recursos que son propio de quien aprovecha el tiempo para que el tiempo se quede en él en forma de poso. Fue un huracán el onubense ante el segundo de su lote, de Canas Vigouroux, al que aplicó un temple proverbial con Hidalgo de salida y al que cuajó a lo grande con Fuente Rey, un acierto del torero en su evolución al segundo tercio. Construyó con él la práctica totalidad de la faena, desafiando la exigencia del astado, encarando cada embroque con la ambición de quien quería sacudirse el regusto agridulce de quien no pudo sentirse pleno en su primer acto. Le llegó Romero mucho al toro propiciando quiebros que fueron un cara o cruz cada uno, vistiendo con variedad cada cite y enlazando la ejecución de cada rehilete con el toreo de costado, muy despacio, pulseando con precisión el buen son del burel. Pidió el público una banderilla más y la clavó con Kabul, rematando una sólida faena premiada con una importante vuelta al ruedo.

Otra había dado ya en su primero, que sirvió bastante menos por reservón y desrazado. Muy poco colaborador, e incluso, a la defensiva. Porque esperaba y arreaba cuando sabía cerca la cabalgadura. No se cansó Andrés de llegarle una y otra vez con Caimán, de cambiarle terrenos y querencias, dando la ventaja de ambos, dejándose ver en busca del celo que nunca fue tal. Labor lidiadora con Caimán, tras el recibo con Carbón. Buscó el onubense comprometer más a la gente al sacar a Jerjes y lo consiguió por sus levadas que tanto conectan con el tendido. Dado que anduvo muy por encima de cuanto tuvo enfrente, recibió el premio de una vuelta, que lo fue de pleno reconocimiento.