Sabiendo que Sevilla ya era historia -aunque una hermosa historia- fue Andrés Romero el primero que en los días previos a su comparecencia en San Isidro defendía que Madrid es el lugar donde tocaba rematarlo todo. Y con esa mentalidad ha afrontado su tarde más importante en Las Ventas. A priori y a posteriori también. A priori, porque era la tarde -de las tres que ya suma- en la que más se jugaba. A posteriori, por la dimensión ofrecida. Más aún, ante un toro de Fermín Bohórquez, Nilo-58 de nombre, que no le ayudó nunca y que, en su complicación, le exigió.
Recibió el onubense a su toro montando a Fuente Rey, que, como en Sevilla el pasado 15 de abril, pisó hoy por primera vez el ruedo de Las Ventas. Salió frío y algo distraído el de Fermín, amagando incluso a rajarse, por lo que quiso cuidarlo Romero y le dejó un solo rejón de castigo para medir su fondo. Pero cambió Nilo en banderillas. Se puso andarín y pegajoso, un tanto a la defensiva y sin dejar al torero preparar bien las suertes, lo que reclamó de éste prestancia, listeza y capacidad para anticiparse a la acción. Hubo puntos de su construcción en que, por la condición del toro, corrió la faena el riesgo de venirse a abajo, de perder continuidad y, con ella, transmisión con el tendido, pero fue donde entró en juego una de esas facetas que ha crecido en la forma de hacer las cosas de Andrés. De leer las tardes y el transcurso de cada una de ellas. De saber interpretar las faenas, cada uno de sus momentos y hasta las reacciones del público. Y tiró entonces de entrega y de no dejar ni un tiempo muerto desde el mismo instante de vestir esas suertes, como con Kabul, con el que se sentó sobre el ruedo, o a la salida de ellas, como con Guajiro y sus ajustadas y celebradas piruetas tras clavar al quiebro. Lo que también sucedió con ajuste porque el burel esperaba y, además, por dentro, en el tercio, donde el ejemplar de Bohórquez presentó su batalla, a la expectativa y a la defensiva. No dudó nunca Andrés en ir de frente a esa batalla, con la decisión de quien la tiene que ganar sí o sí.
Así ocurrió también con Chamán, con el que clavó dos cortas antes de cobrar un rejón entero fulminante que fue el mejor colorario a su faena y el chispazo definitivo para que el público de Madrid se entregara al rejoneador de Escacena del Campo, a quien le pidió la oreja con unanimidad. Un trofeo que supone muchas cosas, la primera de ellas, la reafirmación del momento que vive Andrés Romero. Ese momento de los toreros que deciden subirse al tren por si acaso fuera la última vez que pasara. Porque el tiempo no está para perderlo y lo expuesto es mucho en busca de ese sueño de ser gente en lo que siempre se soñó. Sevilla y Madrid, las dos primeras plazas del mundo, le han dado ya su beneplácito. Y el onubense sigue adelante: creyendo y triunfando. Como pasajero de justicia de un tren donde, hoy de nuevo, reclamó que tiene plaza.