Una ciudad ilusionada con su nueva plaza de toros. Una plaza de toros coqueta y luminosa de las que invita a disfrutar el toreo. Un cartel de toreros capaces de hacer disfrutar del toreo. Y un ambiente grande a la altura del estreno y de la cita. Lástima que fallara aquello que nunca se puede determinar ni controlar del todo, aquello que escapa a la voluntad del hombre: el elemento animal, la naturaleza que es como es, el toro bravo que es más toro que bravo. Con todo, ganó la Fiesta. La que en Calzadilla de los Barros brindaron los tres rejoneadores para corresponder a tanto cariño y a tanta expectación.

Entre ellos, Andrés Romero. Sólido y seguro de su oficio. Solvente ante las agrias dificultades de un lote de toros áspero y desagradecido, arisco y deslucido, vacío y complicado. No se lo pusieron fácil ninguno de los dos, ni Oledor-29 ni Orquillero-3, los dos ejemplares del hierro de Bernardino Píriz. Pero no era tarde de volver la cara ni excusarse ante tan escasa materia prima. Ni Romero sabe hacerlo ni el entusiasmado público de Calzadilla de los Barros se lo merecía. Por eso salió el onubense a hacer ese toreo que es lidia basada en la técnica de sortear envites defensivos. Tampoco ayudó el piso de la plaza, al que se le notó su juventud. Demasiado suelto, favoreció lo malo y complicó lo bueno. Se ponía muy por delante el primero del rejoneador de Escacena del Campo, esperando y defendiéndose con feas maneras. Lo paró Andrés con Carbón. Lo banderilleó con Conquistador, Guajiro y Bambú con las cortas, lo que es sinónimo de afrenta sincera a la bronca mentira del burel. Lo pasaportó de un rejón entero tras un pinchazo a lomos de Chamán y el palco le concedió las dos orejas.

El mismo premio que logró en el sexto de la tarde, menos bronco, quizá, pero igual de deslucido. Todo hubo de ponerle de su mano Romero pulseando oleadas más que embestidas, consintiendo más que combatiendo y librando más que encarando porque de frente y por derecho, el de Píriz, decía siempre que nones. Lo paró el de Huelva con Perseo. Con Cheke y Cantú construyó el tercio de banderillas, abrochado, otra vez, con Bambú. Y sólo los dos pinchazos que precedieron al rejón definitivo le privaron de los máximos trofeos.

También de tardes así se aprende. Curten, aunque no dejen disfrutar. Lo que sí fue para gozar es la alegría derramándose a chorros de los vecinos de Calzadilla de los Barros con su alcalde a la cabeza. Estrenaban plaza de toros y, con ella, pura felicidad. Tan luminosa como la tarde y como el nuevo coso. Uno de ésos que invita a gozar del toreo. Habrá que volver...