Era el día de la confirmación. El día de la ceremonia con la que Madrid da su venia como primera plaza del mundo que es a la alternativa tomada el pasado 4 de mayo en la Maestranza de Sevilla y el día con el que Andrés Romero se presentaba en la universidad del toreo para constatar por qué le han dado plaza en ella. Y puede que al final la nota no sea la que se pretendía porque los números sí cuentan en la Fiesta cuando se tiene todo el camino por recorrer, pero sí queda en el poso de la tarde según la ha vivido Madrid que Andrés Romero tiene crédito para volver de nuevo pronto. Y que lo merece. Porque le falló esa rúbrica fundamental que es matar a los toros a la primera, pero deja la certeza de que el suyo es un camino largo y productivo a poco que siga, que seguirá, en la actitud que le ha traído hasta aquí. La actitud del trabajo abnegado, del esfuerzo sin condiciones, del no dejar de pulirse y de buscarse, del ser él mismo cuando sale a la plaza sea ésta de la categoría que sea y del darlo todo cuanto está vestido de torero, montado a caballo y ante un toro esperándole.
Fue bueno Plateado, el toro de la confirmación. Digno para la ocasión. Sin demasiado celo de salida, algo frío, pero con un son templado muy murubeño que hacía albergar muchas esperanzas. La condición del toro fue a mejor conforme avanzó la lidia porque Andrés Romero le hizo las cosas muy a su favor y con ese mismo temple que el toro tenía como propio. Es decir, lo cosió con tacto y pulso a sus caballos, con Carbón de inicio, dejando que el de Bohórquez se viniera a mejor. Y eso lo aprovechó el rejoneador de Huelva en banderillas con Conquistador y Guajiro. De extremo a extremo de la plaza se colocaron toro y torero. Fijo aquél, decidido éste. Cabalgando de frente, provocando el cite, batiendo y quebrando despacio, sin brusquedades y adornando la salida de las suertes para insistir en aquello que ha tenido toda la tarde desde que comenzó: el favor y el beneplácito del público de Madrid. Y eso que en alguno de los encuentros, Plateado se frenó justo en el instante del embroque, pero Romero corrigió sobre la marcha el desajuste que eso podía provocar para llegarle un paso más y clavar arriba. Mantuvo la tensión y la intensidad del tendido Andrés con la cortas ya montando a Cantú. En el ambiente se mascaba que, de matarlo pronto, le cortaría la oreja. Pero ahí vino el calvario, la destemplanza, el desacople y en cada pinchazo se fue esfumando un poco más del premio que casi tocaba con las manos. Sólo la sincera ovación de Las Ventas cuando el jinete buscaba el consuelo de las tablas, palió su pesar.
Más cuesta arriba se le puso todo en el sexto. Primero, por lo que pesa que tus compañeros de cartel ya llevaran una oreja cortada cada uno. Y segundo, porque Machista salió rajado y murió rajado. Y entremedias, apenas un puñado de arreones, desclasados y a la defensiva alguno de ellos, y toda la pelea presentada por los adentros. Desentendido y muy suelto desde que hizo acto de presencia, el toro sólo reaccionó con cierta tensión al rejón de castigo. Sacó entonces Andrés a Guajiro, muestra de que iba a por todas y sin tiempo que perder. Logró el objetivo de avivar el nivel de conexión de la faena con el público. Le puso emoción y le puso verdad a las banderillas con este caballo. Verdad, porque sólo así podía clavar y clavar reunido. Emoción, porque cada vez que pisaba la jurisdicción del manso, éste soltaba un cabezazo feo de defensa. Citando en corto y a toro parado, dejó Romero en el tercio la tercera banderilla porque el toro ya no aceptaba eso que quería el onubense del pulso librado en los medios. Sacó entonces a Cantú y lució mucho los cites y la preparación de las suertes, lo que elevó la transmisión con el público. Dos banderillas batiendo con el jinete yendo en busca del toro y éste reculando y escarbando queriendo irse. De matarlo, puede que también le hubiera cortado una oreja. Pero eso nunca lo sabremos porque, otra vez, mató mal. Fue la cruz de la tarde. El borrón de una historia que promete seguir. Porque, después de su cariño de hoy, Madrid merece ver a Andrés Romero en plenitud y Andrés Romero se debe a sí mismo conquistar por entero una plaza, la primera plaza del mundo, donde ha entrado con buen pie.
Al comienzo de todo, otra gran ilusión cumplida. Diego Ventura, su maestro y amigo, le confirmó la alternativa con Las Ventas y Leonardo Hernández por testigos. Lo que ambos le dijeron a Andrés, sólo ellos tres lo saben y en la intimidad torera de los tres queda, pero los gestos también hablan y éstos delataron mucho cariño de Diego y de Leonardo hacia el onubense. Ahora ya, la próxima vez no habrá treguas sino sólo competencia. Competencia entre toreros. Continuará...