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7 de agosto de 2016
HUELVA
FERIA DE COLOMBINAS
CORRIDA DE REJONES 6 TOROS de
LOS ESPARTALES
Andy Cartagena
Diego Ventura
ANDRÉS ROMERO
 
UNA HISTORIA QUE ES DE SUFRIR Y QUE ES DE SENTIR
 

Ya esto había pasado antes. Todo de nuevo pendiendo de un segundo. De ese segundo del que todo depende en este mundo de verdades que si no lo son en ese justo segundo corren el riesgo de quedarse sólo en ilusiones. Y un segundo dura lo que dura: un segundo. Sucede que hay veces que la voluntad del hombre es más grande que lo que dura el propio tiempo y hasta termina venciéndolo. Porque un pinchazo arriba dura eso, un pinchazo. Puede que hasta menos de un segundo. Pero, otra vez, Andrés Romero tenía que imponerse a todos los elementos, a todas las circunstancias y triunfar. Sólo valía triunfar. Por eso pinchó arriba en ese segundo en el que toda La Merced, su plaza, había contenido la respiración, pero se agarró tan fuerte, se rebeló tan fuerte, peleó tanto por lo que era suyo que hasta el pinchazo duró más de lo que duran otros pinchazos y el segundo, más de lo que duran otros segundos. Había demasiado en juego como para que el tiempo pasara sin más…

 

Porque había estado grande Andrés ante este segundo de Los Espartales, como lo estuvo también en el primero. Sólo que en éste, los pinchazos –dos- duraron lo que dura un pinchazo y todo se quedó en una vuelta al ruedo cuando hacía falta mucho más. Eso sí, una vuelta al ruedo de clamor y de calor de su gente, de los suyos. Pero eso fue antes. Porque lo importante fue lo de después. Esa capacidad del torero de Escacena del Campo para ganarle la partida a las circunstancias. De momento, sorprendió con el recibo al toro, Bambo-3 de nombre, con Perseo, rejón en mano y apostado en la boca de riego. Salió fuerte el toro, Romero lo esperó, le encaró, salió a su encuentro y clavó el rejón en el momento justo de semejante choque de trenes. Era lo que había y lo que procedía: salir al encuentro de lo único que podía pasar. Comprobó que el toro se movía, puede que sin demasiado ritmo, pero que se movía y que, por tanto, le iba a servir. Y lo dejó así, con un solo rejón. Sacó entonces al mago Guajiro Guajiro hizo magia: en cada embroque tan justo, en cada quiebro tan al límite, en cada pirueta en el balcón mismo donde tienen sentido y emoción. La tercera banderilla, en los medios, a caballo y a toro parado, fue el colofón exacto. Porque parece imposible que el instinto y la voluntad del hombre y del caballo puedan sincronizarse de esa manera para reaccionar como si fueran uno, prolongar el tiempo y embrocar, quebrar y salir en menos de lo que dura un segundo. Fue capaz el onubense de mantener viva la llama de la expectación y de la emotividad con Odiel. Y luego con Chamán, con el que clavó las cortas y una rosa antes de ese segundo en el que, como tantas veces, todo estaba en juego. Dudó Andrés antes de decidirse y se fue cerrando el toro al tiempo que él dudaba. No quedaba otra que reaccionar pronto, entrar por dentro, meter el brazo y ganar el pulso. Primero fue el pinchazo, luego fue el segundo y, por último, fue la victoria del hombre que no se resignó a perder. Y ganó. Y La Merced se pobló de pañuelos mientras Romero recogía todo su milagro entre sus manos contra su cara. Atendió el palco la petición y se abrieron de par en par las dos hojas de la Puerta Grande de la Plaza de Toros La Merced para reescribir un final que ya había pasado antes, pero que no deja nunca de emocionar.

 

Porque, como otras veces, se quedó el jinete escacenero sin premio en el primero. En esta ocasión, porque entendió el palco que los dos pinchazos previos al rejón definitivo demeritaban ese premio. Fue una pena porque Andrés Romero cuajó una faena muy seria, de gran decisión, apuesta y sentido de la lidia ante un toro que fue mejor cuando lo citaba –tenía fijeza y cierta prontitud- que cuando se encontraba con él –porque desarrollaba aspereza-. Era toro de teclas que tocar y de hacerlo con precisión. Lo paró Romero con Carbón y clavó dos rejones de castigo antes de presentar en Huelva a Kabul. Toreó despacio Andrés, llegó de frente y clavó al cuarteo. Pero todo muy despacio. Al revés de lo habitual, el futuro le dio el relevo al presente y salió Guajiro. Y firmó con él dos banderillas al quiebro de mucho ajuste, de gran conexión y de toda la espectacularidad. Clavó luego dos cortas con Bambú y se le fue el premio en la suerte final con Chamán en esos dos pinchazos que le dibujaron el lamento en la expresión. Había brindado este torero a sus apoderados, Óscar Polo y Carlos Pereda, culpables por muchas cosas de que esta historia siga viva. Y de que la historia comenzara un día tiene la culpa Rosa, su madre, a quien dedicó la faena que le dio lo que buscaba y merecía.

 

Como si fuera una estampa del punto en el que se encuentra, Andrés Romero dio la vuelta al ruedo entre medias de Guajiro y de Kabul, los dos caballos de su cuadra que marcan lo que ha sido, lo que es y lo que quiere ser. Los pilares también de una historia que es tan hermosa porque es una historia de sufrir y de sentir. Que así es la vida y así es el toreo…

Ficha del Festejo
Plaza de Toros de HUELVA. Casi lleno. Se lidian toros de LOS ESPARTALES.
 
Andy Cartagena: oreja y oreja
Diego Ventura: oreja y dos orejas
ANDRÉS ROMERO: vuelta tras fuerte petición y dos orejas
La crónica de CULTORO
La crónica de MUNDOTORO
 
 
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Fotos GONZÁLEZ ARJONA, ALBERTO DOMÍNGUEZ y NATHALIE DE BEAUMONT
 
 
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