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Los niños de Andrés Romero

Llegaron a las inmediaciones de la Maestranza una hora y media antes de la corrida. Se fueron directamente a la calle Iris con sus camisetas color celeste como el cielo que no se dejaba ver y esa alegría prendida en el rostro propia de los niños ilusionados. Respetuosos y animosos, saludaron y desearon suerte a todos los compañeros de cartel de su ídolo y, cuando apareció éste, le corearon y le abrazaron sabedores de lo importante que era para él sentir de nuevo su calor en tarde tan importante. 

 

Eran los niños de Andrés Romero. Un centenar de chiquillos de Escacena del Campo a quienes el propio rejoneador había invitado para que le acompañasen en su nueva comparecencia maestrante. Una iniciativa en la que el jinete cree fírmemente, que renueva una y otra vez en cada uno de sus compromisos más importantes y ante la que los hechos le dan la razón: esos niños y niñas que van con él de la mano a Sevilla, a Huelva o a las diferentes plazas adonde les invita siempre quieren volver a los toros. Es decir, que se han quedado en la plaza, dentro del toreo, no fuera. Éste es el objetivo, y lo visto y oído una vez más en el graderío de la Maestranza confirma que se está en el buen camino.

 

Después de recibir, de tocar y de animar a Andrés Romero, ocuparon su localidad en la plaza, desde donde no pararon de hacerse presentes con sus cánticos de apoyo a su torero. Porque son generosos, pidieron las orejas para todos los rejoneadores actuantes y, fue llegar el turno de su paisano, para subir el tono de su entusiasmo y, coreándole, decirle a Andrés que, una vez más, no estaba solo, que tenía a su pueblo allí arropándole, a su gente, a sus niños. Incluso hubo Andrés de pedirles en mitad de la faena que se contuvieran un poco en tanto ésta aún duraba. Que eso es también educar... Vivieron con suma intensidad cada pasaje de la faena de Andrés y pidieron con más fuerza que nadie las orejas para su torero. Por eso cuando Romero pasó bajo la grada donde estaban con las dos llaves de otra Puerta Grande abierta en Sevilla, desbordaron su alegría y su entusiasmo con ese hermoso cántico al compás de "¡Andrés, Andrés!" ante el que éste no tuvo más remedio que detenerse para hacerles un gesto de gratitud, lanzarles un beso y renovar esa pasión mutua que da sentido a por lo que un torero es torero y a por lo que los niños van a los toros.

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