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La gran fiesta del toreo, según los niños de Escacena del Campo

 

Llegaron a la Plaza una hora y media antes de que la corrida comenzara y a media hora para que llegaran los toreros, sus ídolos. En especial, Andrés Romero, a quien adoran y de quien son los más fieles y entusiastas partidarios. Desde el primer minuto, de camino incluso a la calle Iris, no hicieron otra cosa más que jalear y proclamar su felicidad: iban a los toros para ver a quien ya es su héroe más cercano, el más de verdad, el que pueden tocar cuando quieran. Lo que vivieron los niños y niñas de Escacena del Campo este domingo en la Maestranza de Sevilla no se les olvidará jamás. Como tampoco a todos los adultos que, sorprendidos, a pie de calle y desde los balcones, les miraban maravillados con su emoción. Sin saberlo ni pretenderlo, dieron una lección de futuro y de alegría en torno a la gran fiesta que es la Tauromaquia.

 

Durante la espera en tanto que llegaban los rejoneadores, los niños de Escacena rivalizaron sanamente con los de La Puebla del Río en ánimos cada uno a su respectivo torero. Porque como Andrés, también Diego Ventura invitó a esta corrida en Sevilla a 150 pequeños de su pueblo para que compartieran con él una gran tarde de rejoneo, como así fue. Unos cantaban una cosa y los otros respondían con otra. Se simultaneaban como si lo hubieran ensayado, aunque era la primera vez que coincidían. Los onubenses, vestidos con camiseta azul y un lema: Yo soy de Andrés Romero. Los sevillanos, de rojo y otra máxima: La Puebla con Ventura. Unos, a un lado de la calle Iris. Los otros, en la acera de enfrente. Y enmedio un pasillo abierto para que los dos jinetes accedieran a la plaza no sin antes recibir éste tan especial baño de multitudes del que no tenían noticias. Era toda una sorpresa para ellos. 

 

Primero llegó Diego y sus paisanos explotaron en gritos de ánimo y de apoyo, de admiración en definitiva, que dibujaron en el rostro del rejoneador una inocultable sonrisa de ilusión. Los niños y las niñas de La Puebla extendían sus brazos hacia Ventura mientras éste, abrumado, intentaba responder a cada uno de sus seguidores. De fondo, también los partidarios de Romero dedicaron mensajes de apoyo a Diego. Más tarde llegó el onubense, con la calle Iris más repleta ya del público que iba llegando en masa conforme se acercaba la hora de la corrida. Asombro grande también en su rostro al ver y sentir aquel aluvión de cariño de los niños y de las niñas de Escacena, entusiasmados y entregados a su torero. Le costó llegar a la puerta de cuadrillas, pero nada de eso importó a Andrés porque aquello que estaba viviendo era una experiencia única e inolvidable. 

 

Ya en la plaza, una vez iniciado el festejo, los pequeños lo vivieron con una pasión emocionante, sabiendo cuándo tenían que apretar la intensidad de su ánimo a Andrés, coreando su nombre y, sobre todo, saltando de alegría cuando asomaron al unísono los dos pañuelos que le abrían a Romero otra vez la Puerta Grande de Sevilla. Cuando el jinete pasó a hombros ante ellos, dispararon la diapason de su entusiasmo mientras el protagonista les lanzaba besos de gratitud porque, un año más, otro acontecimiento grande más, sus niños, los niños de su pueblo, le habían arropado como lo que son: los mejores romeristas del mundo.

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