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Toreo en El Rocío para despedir el año

 

El toreo es el hábitat natural del torero, su espacio vital, su encaje perfecto. Más aún, si éste se realiza en el entorno de un enclave privilegiado para todo como es El Rocío, ajeno a límite alguno, sin tensión, sólo para disfrutar, aunque mirando ya de reojo al nuevo año y a todo lo que con él comienza.

 

A decir verdad, Andrés Romero no ha dejado de montar ni de torear desde que finalizó la temporada. Pasó Palos de la Frontera y el jinete onubense siguió entrenando como si el año siguiera deparando compromisos con los que tener que ganarse el sitio conquistado. El toreo es así: puro volcán que no deja nunca de fluir. Los toreros son así: no entienden su día a día si no es midiendo su capacidad y probando su misterio ante el misterio de la bravura. Cuatro vacas bravas lidió estos días el rejoneador de Escacena del Campo en el corredor de Manolo Corona. A modo de despedida del año, pero también como inicio ya de un 2015 cargado de expectativas. Ya trabaja Andrés en la progresiva puesta a punto de sus caballos: desde los más clásicos como Cantú y Bambú a las nuevas esperanzas, como Kabul, una de las grandes ilusiones del rejoneador de Huelva para la temporada que se avecina, o algunas de esas piezas ya conocidas en su cuadra pero de las que cabe esperar todo lo mejor como Ben Hur. Los cuatro estuvieron en El Rocío.

 

 

 

Hizo frío, mucho frío. Lo palió, en cambio, el fragor del toreo convertido en un continuo ejercicio de imaginación y de superación en busca siempre del más allá en el empeño por descubrir horizontes nuevos en el concepto personal, en este caso, de Andrés Romero. Que se aproxima una nueva temporada en la que otra vez habrá que salir cada tarde al máximo para renovar la vigencia de lo que se tiene y ampliarla, para consolidar el sitio y mejorarlo, para no dejar de aspirar y seguir conquistando el sueño de ser y estar entre los mejores. Por eso no ha habido tregua para Romero en estos meses de otoño e invierno. "Cada minuto sin entrenar es tiempo perdido", suele decir Andrés, palabras que convierte en hechos con evidente apariencia de que nada de ello le pesa. Montar, torear, estar con sus caballos es la gran pasión de la vida de este torero que se fue una tarde de finales de diciembre a El Rocío, uno de sus paraísos particulares, en busca de la plenitud del campo abierto de par en par, del toreo que se te mete en las entrañas y de la especial inspiración de un escenario tocado para todo por la gracia de Dios. También para torear en libertad...

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